La noche caía sobre Santiago; salíamos de una función, de una sublime puesta en escena de músicos y cantantes. Ninguno de los dos quería separarse del otro; miradas entrelazadas comunicaban el deseo de permanecer juntos, de poder ser cómplices por algunas horas más.
Me invitó un café; acepté con una sonrisa casi infantil. Mi corazón latía al compás de sus palabras, yo no escuchaba nada más; nada más que su respiración. El humo de su cigarrillo me envolvía sutilmente; pero fue su cálida y benevolente presencia la que me atrapó esa noche.